23 de enero de 2014

Reclamos (auto censura)

Pensaba en escribir respecto de los amigos, esas ráfagas que a diario te exponen y te enfrentan a todos los bordes de tus limitaciones, excusas y dudas; de esos que, aunque todo vaya mal, te van a pedir más. Y quejarme, auxiliarme de las lineas que puedo escribirles sin temor a que se ofendan, sino que los enfrentaría a esa vergüenza que conocen pero hacen a un lado para seguir pidiéndome más: muchos de ellos a un año y casi cuatro meses de ausencia, aun no vienen a tender la mano del amigo y a conocer a mi nueva vida, mi primogénito.

Luego, poniendo mi decepción en aguas calmas, descubro que prefiero confesar que me he descubierto adicto a dos tazas de café al día. Puedo ser adicto a la comida, al roce de la piel, a las canciones que me destruyen y a perseguir sueños imposibles pero, ¿al café?; es justo como lo imagine: me convierto en un animal de horarios y costumbres de laborar a las ocho y regresar agotado a las cinco, de lunes a viernes; para no olvidar a las madres y la esposa y el bebé; para sobrevivir del azote de la injusticia de un país de mierda que no me deja cantar y vivir, sino que me empuja a trabajar para sobrellevar los meses.

Se ve uno obligado a faltar a las fiestas, a emborracharse en los parques; a besarse en los parques y en los regresos a casa, solo para encargarse de las comidas y de la mecedora que duerme el bebé que es ahora tu vida. Es tu responsabilidad y a nadie le preguntaste si era tiempo de hacer a un lado tu vida, sino que fue tu elección y está bien! Pero dentro de ese animal que ahora sos, ellos no lo logran entender.

He querido componer canciones sobre esta nueva libertad, una que te encierra y te aleja de ese mundo donde solo era cuestión de buscar en los ojos de todos los que al ritmo de Sabina y de Silvio te acompañaban hasta "el final de este viaje"...sueles despertar. Y cuando lo haces, sin amigos ni café, debiendo cada cuenta y extrañando cada aventura, cada parque con guitarras y amores de poemas de Girondo y de Benedetti, te fijas que te haz vuelto un ermitaño; pierdes esa piel de fénix en noche de luna llena y te vuelves el "Barón" que se monta con el motorista para ir a trabajar cada mañana, esperando la llamada de ese amigo que te exige tu vida cada vez, mientras luchas con tu odio de llegar al trabajo y buscas la primera taza de café, dejando para las cinco las tristezas y la ausencia, para llegar a otra quincena.

Entonces, olvidas reclamar.

Waldo.