[Pic from deviantart.com]
Esta semana una buena amiga perdió a su padre y yo me preguntaba que sería en este estado de conciencia perder un padre, imaginarse el dolor ajeno, la contrariedad del alma y del espíritu con un dolor tan mal recibido; me tocó ver varios amigos sentir esa pérdida, más de la mía recuerdo sólo la forma en la que mi madre me lo dijo mientras llegaba de la escuela, con su mirada de no estar satisfecha pero tampoco triste, sino más bien confundida.
Yo lo sufriría años después, luego de heridas de besos de mujeres y de amores imaginados a mi condenado gusto, luego de perder mi abuela, catedral de mi fuerza y de mis intenciones, después de perderme incluso yo mismo detrás de muchos caminos que pisé sin los zapatos adecuados. Mi papá no lo recuerdo por las fotografías del álbum de bodas guardado en el armario que desmenuzaba cada cierto tiempo, supuestamente para no olvidar, sino por el calor de sus palabras por el teléfono cuando me dejaba saber cuánto me quería y como la vida lo mantenía lejos de mí, para quizás no decirle a un niño de 8 años que su madre y él se transformaron en ogros que se pusieron pantanos entre si y jamás pudieron verse, cosas del amor quizás.
Mi papá, el que recuerdo, cada vez que me preguntaba cualquier cosa me brindaba luz, me regalaba un lugar que jamás conocí, las manos que nunca me dieron una pela, el que jamás me brindó el primer vaso de cerveza mientras oía a Camilo Sexto; o quizás a Cerrat, porque la verdad el único gusto que le conozco era el que lo unió a mi mamá: el perredeísmo. Mi papá era más bien un aliento, un aire de invierno que llegaba cada tres meses por una línea de Codetel (25 años en casa) a secarme las lagrimas que alguna vez derramé cuando una profesora de las que asediaban niños para obligarlos a hablar me hizo gritarle entre lágrimas y frente a todos mis amigos: “Yo no tengo Papá”.
Los días del padre para mí pasan cuando me levanto y abrazo a tía y a mami y les digo: “felicidades”; sería inhumano de mi parte no decir que muchas veces anhele tener quien me diera una pela por necio, pero por sobre todo me dijera como elegir a la morenita sobre la blanquita porque son desabridas las muchachitas esas pelitos buenos, no sé; quizás como decía la canción de Silvio, quizás hubiera tenido un padre de esos que al verme tocando guitarra me hubiera tildado de maricón sin futuro porque yo prefería el manifestar lo que sentía a jugar pelota, nunca lo sabré; al final del día puedo hablar del padre que recuerdo, el de las palabras tras el auricular que me repetía sin darme nada que me amaba, muy posiblemente la misma figura que cuando me despierto asustado de alguna pesadilla en las madrugadas me da una palmada y me sonríe, entonces vuelvo a dormir.
Este año quiero celebrarlo por el papá de Peluca que ya se fue también; por el de mi amiga Daniela, que acaba de irse; por el de mi amigo Oto, que se levanta todos los días a buscar con sus manos y su sudor el dinero de las medicinas de su esposa con cáncer; el de mi amigo Henry, que con todo y lo fácil que es hacerse rico en el ejército no se cansa de trabajar a pulso, para que sus hijos puedan levantar la cabeza y sentirse orgullosos de su papá el Coronel; al de Randy, que se lo quitó junto a su mamá un accidente de automóvil; y ¿por qué no?, del mío, que se mudó entre palabras a mi corazón, y jamás se ha marchado.
Yo lo sufriría años después, luego de heridas de besos de mujeres y de amores imaginados a mi condenado gusto, luego de perder mi abuela, catedral de mi fuerza y de mis intenciones, después de perderme incluso yo mismo detrás de muchos caminos que pisé sin los zapatos adecuados. Mi papá no lo recuerdo por las fotografías del álbum de bodas guardado en el armario que desmenuzaba cada cierto tiempo, supuestamente para no olvidar, sino por el calor de sus palabras por el teléfono cuando me dejaba saber cuánto me quería y como la vida lo mantenía lejos de mí, para quizás no decirle a un niño de 8 años que su madre y él se transformaron en ogros que se pusieron pantanos entre si y jamás pudieron verse, cosas del amor quizás.
Mi papá, el que recuerdo, cada vez que me preguntaba cualquier cosa me brindaba luz, me regalaba un lugar que jamás conocí, las manos que nunca me dieron una pela, el que jamás me brindó el primer vaso de cerveza mientras oía a Camilo Sexto; o quizás a Cerrat, porque la verdad el único gusto que le conozco era el que lo unió a mi mamá: el perredeísmo. Mi papá era más bien un aliento, un aire de invierno que llegaba cada tres meses por una línea de Codetel (25 años en casa) a secarme las lagrimas que alguna vez derramé cuando una profesora de las que asediaban niños para obligarlos a hablar me hizo gritarle entre lágrimas y frente a todos mis amigos: “Yo no tengo Papá”.
Los días del padre para mí pasan cuando me levanto y abrazo a tía y a mami y les digo: “felicidades”; sería inhumano de mi parte no decir que muchas veces anhele tener quien me diera una pela por necio, pero por sobre todo me dijera como elegir a la morenita sobre la blanquita porque son desabridas las muchachitas esas pelitos buenos, no sé; quizás como decía la canción de Silvio, quizás hubiera tenido un padre de esos que al verme tocando guitarra me hubiera tildado de maricón sin futuro porque yo prefería el manifestar lo que sentía a jugar pelota, nunca lo sabré; al final del día puedo hablar del padre que recuerdo, el de las palabras tras el auricular que me repetía sin darme nada que me amaba, muy posiblemente la misma figura que cuando me despierto asustado de alguna pesadilla en las madrugadas me da una palmada y me sonríe, entonces vuelvo a dormir.
Este año quiero celebrarlo por el papá de Peluca que ya se fue también; por el de mi amiga Daniela, que acaba de irse; por el de mi amigo Oto, que se levanta todos los días a buscar con sus manos y su sudor el dinero de las medicinas de su esposa con cáncer; el de mi amigo Henry, que con todo y lo fácil que es hacerse rico en el ejército no se cansa de trabajar a pulso, para que sus hijos puedan levantar la cabeza y sentirse orgullosos de su papá el Coronel; al de Randy, que se lo quitó junto a su mamá un accidente de automóvil; y ¿por qué no?, del mío, que se mudó entre palabras a mi corazón, y jamás se ha marchado.
Waldo Rincón.
6 comentarios:
La realidad es por mucho mas dura que la ficción, pero así debemos afrontarla, el dolor es incómodo pero debemos aprender a seguir adelante, aunque en el momento pareza imposible. Recordemos a aquellos que partieron en cuerpo pero no en alma, a aquellos que vieven a diario en nuestros corazones y brindemos alegrías a aquellos que nos acompañan en la lucha del día a día!
Bueno poeta... Me sentí tan parte de su historia que hasta me he sonrojado.
Sus palabras me hacen reflexionar sobre mi propia realidad.. A ver que celebro este domingo.
Besos por acá,
Estoy llorando y me costó mucho leerte.
Es hermoso eso que dices y sientes por tu papá. Más hermoso aún reconocerlo en el tiempo con esos recuerdos.
Existen muchas maneras de perder y recordar a alguien a pesar de que aun viva. Y las hay cuando ya no están. ... Ver más
Gracias por compartir al padre que a pesar de no estar, está.
Besos.
Excelente! No es fácil hablar de este tipo de sentimientos y lo has hecho de una manera magistral. Hablas para revolucionar y hacer q los demas pwensemos. yo por mi parte lo haré
Gracias
Abrazos, Waldo.
Otro de tus escritos que me saca lagrimas.Say no more...
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